Expectación, ilusión, o fascinación son algunos de los sentimientos que nos evocaba a los aficionados la llegada del evento del año, el All Star Weekend, noches interminables que terminaban generalmente con un recuerdo imborrable en nuestras retinas. Para ser sinceros cualquier tiempo pasado fue mejor…salvo contadas excepciones como el salvaje concurso de mates entre Zach Lavine y Aaron Gordon la temporada pasada, este evento pasa con contar como grandes alicientes el partido entre los famosos del viernes, y la actuación del descanso del All Star, el resto de eventos transcurren entre la intrascendencia y el sopor. La excelente organización por parte de la NBA del evento, así como el impacto que supone para la ciudad que acoge este fin de semana de las estrellas son los principales motores por los que sigue teniendo tirón entre los aficionados.

¿Podemos estar andando sobre el fino alambre que supone que el espectador pueda desengancharse lentamente de un evento que no termina de trasmitir aquellas sensaciones de los años 80, 90 o principios del Siglo XXI? Los mejores matadores de la NBA de la historia, y mejores jugadores de su época, no tenían reparo en citarse año tras año ante los ojos del mundo para desatar toda su fantasía, Michael Jordan, y Dominique Wilkins atraparon a toda una generación que se quedó prendada de la plasticidad e imaginación de sus vuelos, ver la implicación y la determinación para evitar la derrota de Larry Bird en los triples nos dejaba hechos como el United Center puesto a los pies del genio de Indiana. Las máximas figuras en la actualidad deambulan entre fiestas privadas, y modelos de difícil asimilación para la vista, incapaces de ofrecer todo su talento al mundo, ¿Premios monetarios excasos?, ¿Acaso jugadores que cobran mas de 100 millones de dólares necesitan ese aliciente?, honestamente la falta de humildad para asimilar el fracaso que supone que un jurado no te evalúe según los parámetros de tu propio ego es la principal razón por la cual los aficionados no disfrutaremos de batallas épicas que nos anclen al televisor año tras año.
Mención aparte merece el bochornoso partido de las estrellas, convertido en una pseudo rueda de calentamiento en la que las posesiones de 4 segundos y mates sin ningún tipo de oposición guían los 48 minutos de partido. Que Anthony Davis supere a Chamberlain como máximo anotador en un partido de All Star con unos indecentes e inmerecidos 52 puntos ante una dejadez defensiva vergonzosa alimenta la desilusión de unos aficionados que se limitan apagar la TV e irse a dormir ante la humillación que supone mancillar las figuras de los grandes mitos de la NBA. No pedimos exigencia ni rigor táctico, el aficionado exige espectáculo, ver piques entre las estrellas nos atrapa, ver la competitividad entre las estrellas al final genera que éstas saquen todo su talento, y ese es el mayor activo que tiene la NBA para que este evento vuelva a evocar tiempos gloriosos del pasado y no la indiferencia de la actualidad. En una época en la que los egos dominan la liga, ¿Queréis lucimiento personal? Perfecto, generarlo con esfuerzo y talento, no por pasividad. Esperemos que en 2018 en el Staples Center podamos asistir a otro espectáculo bien diferente.
