Sin ruido mediático de fondo se produjo uno de los anuncios más tristes que el aficionado al baloncesto podía recibir, el adiós de Manu Ginóbili, un punto y final a una carrera plagada de éxitos deportivos. Un jugador diferente, especial, un verso libre dentro de las ataduras del profesionalismo que marcó diferencias allá donde jugó. Su explosión en Argentina le permitió cruzar el Atlántico rumbo a Italia, donde se coronó como Rey de Europa con la Kinder de Bolonia, su juventud llamó rápidamente a las puertas de la NBA. Un destino escrito, y un legado por construir se le presentaban delante en San Antonio.

Fue un impacto inmediato, su electricidad, garra, pundonor, y sacrificio le sirvió para ganarse el corazón de los aficionados de los Spurs, pero una figura con una dimensión como la suya también se forjó en las competiciones internacionales, su liderazgo fue clave para que Argentina alcanzase cotas jamás imaginadas con una generación irrepetible, al frente de ellos, Manu Ginóbili. Su característica silueta, y su exquisita zurda maravillaron al mundo, en una época en la que EEUU domina con mano de hierro los Juegos Olímpicos, el oro obtenido en Atenas 2004 puede catalogarse como una proeza sólo al alcance de los grandes mitos.

Cuatro anillos de campeón de la NBA le contemplan, sin embargo su grandeza radica en la capacidad majestuosa para hacer fácil lo imposible, su tremenda inteligencia puesta al servicio del colectivo, su visión, su pase, capaz de parar el tiempo y llevarnos a otros mundos imaginarios en los que solo su mente traza versos de una belleza inimaginable.
Pasión, y alegría por el juego, capaz de reformular el concepto marginal existente de sexto hombre y transformarlo en una de las piezas más importantes en el baloncesto actual. Su eterno ‘euro step’ forma parte del repertorio clásico de las grandes estrellas de la NBA, las cuáles se han volcado en agradecimientos a su figura. El mundo del baloncesto llora, y recuerda una figura que irá directa al hall of fame, ¡Gracias por tanto Manu!